El casco histórico amurallado de Carcassonne está clasificado como Patrimonio de la Humanidad y es uno de los lugares más visitados del sur de Francia, con cerca de cinco millones de turistas al año. Dentro nos esperan 52 torres, 3 kilómetros de muralla y 2 anillos concéntricos que la convierten en un recinto prácticamente imposible de conquistar.
Para entrar a la ciudad hay que cruzar el Pont Vieux que nos conduce a la Rue Trivalle, una calle estrecha bordeada de casas antiguas, algunas de las cuales son ahora restaurantes y tiendas de antigüedades. Desde allí se llega a la Porte Narbonnaise, la entrada principal de la ciudad, edificada en 1280, por orden de Felipe III, el Atrevido. Junto a la puerta encontramos el busto de la princesa sarracena Carcas, de quien toma el nombre la ciudad. Cuenta la leyenda que la Dama Carcas encontró una forma de librar la ciudad del asedio del ejército de Carlomagno, y para celebrarlo hicieron sonar todas las campanas de la ciudad exclamando: “¡Carcas sona!”
Sorprende ver que existen dos murallas, una exterior y otra interior. Los reyes de Francia en el siglo XIII mandaron construir la muralla exterior y, a su vez, reconstruir la interior, obteniendo un recinto inexpugnable. La cité es peatonal y su muralla se puede recorrer a pie por la parte alta. Desde allí se consiguen bonitas vistas y uno de los mejores recuerdos de ese “viaje medieval”.
Ubicado en el centro de la Cité, el castillo de Comtal de Carcassonne se utiliza ahora como oficina de información, desde la que se pueden reservar visitas guiadas, y donde hay un museo de objetos excavados a lo largo de los años. Merece la pena visitarlo, ya que ofrece pruebas tangibles de los antiguos habitantes. La entrada vale 8,50€ y la visita una vez dentro es libre. Por la noche hay un espectáculo de luces y música.
Junto a la Puerta del Aude se halla la imponente Basílica de Saint-Nazaire (de visita libre y gratuita), declarada Monumento Nacional de Francia. Construida sobre una antigua iglesia visigoda en estilo románico (siglo XI), fue consagrada por el Papa Urbano II, motivo por el cual fue ampliada entre los siglos XII a XIV. En 1801, el templo deja de ser una Catedral, título que se transfiere a la iglesia de Saint-Michel situada en la Bastida. Dicen que las vidrieras de la Basílica son las más impresionantes del Midi Pyrénées por lo que la visita es imprescindible.
Sin duda, la mejor manera de conocer la ciudad es callejear. La Cité conserva el trazado de las ciudades medievales europeas, con calles angostas y empedradas, casas con fachadas de entramado, barrios de artesanos y gremistas, y un sinfín de pequeños comercios con productos de calidad y precios desorbitados. Es la cruda realidad, Carcassonne es uno de los lugares más turísticos de Francia y por eso hay una masificación de turistas. Depende de la hora que se visite uno puede sentirse agobiado de tanta gente y la venta de souvenirs a cada metro.
Lo más recomendable es ir a primera hora de la mañana. Cuando todavía la gente duerme y las tiendas están cerradas, o más al final de la tarde cuando gran parte de los visitantes ya se ha ido!
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